Los gatos, tan familiares y
numerosos hoy día en las viviendas ciudadanas y rurales, no siempre han sido
compañeros y amigos de los hombres. Fueron introducidos en Europa occidental
hace menos de 1000 años, al regreso de las cruzadas.
El gato, en estado salvaje, es
chulo y cruel. Con el tiempo, mucho después del perro, se ha convertido en el
huésped prudente y tranquilo del hogar, el ardiente cazador que vigila en los
jardines, las granjas y los graneros.
Los primeros en domesticarlo
fueron sin duda los nubios (es de Nubia que está debajo de Egipto), seguidos de
los egipcios.
Convertido en animal sagrado, vivía tanto en
el hogar familiar como en el templo público. Para rendirle homenaje grababa su
imagen, como ocurre en los descubiertos y conservados en el museo de Guizeh,
cerca de El Cairo.
Incluso se han descubierto
numerosos gatos momificados (cadáver envuelto en telas muchos años) y conservados
en ricos ataúdes, tal era la adoración de los egipcios por este animal.
De Egipto, el gato domesticado
pasó a Italia, a Grecia y, a Arabia, donde, hacia el año 800, el favor
dispensado (autorizado) por Mahoma le convierte en animal respetado por todos
los musulmanes. Ahí le encontraron los cruzados cuando fueron a Oriente. Y
regresaron con esos animales, de los cuales consideraban la piel y el talento
como cazadores de ratones.
El gato domesticado vivió períodos
difíciles. En la Edad Media, si era negro, se le consideraba como “agente del
Diablo” y era lanzado a la hoguera.
Actualmente conoce sus días de
gloria, como las grandes estrellas, cuando es premiado en las exposiciones
felinas internacionales.
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